Corona el Reino Unidos a Carlos y Camila

LONDRES, R.U., 6 DE MAYO DE 2023.- Los 6 componentes negros —3 hombres y 3 mujeres— del Coro de la Ascensión, de pie en un círculo de baile y ritmo ante el altar de la Abadía de Westminster, cantaron este sábado un Aleluya de música góspel en honor de Carlos III.

Cuando el arzobispo de Canterbury ungió con el óleo sagrado al nuevo monarca en pecho, cabeza y manos, una cortina ocultó a las cámaras y a los invitados el momento más íntimo de la ceremonia.

Resonó entre los muros del tempo Zadok el Sacerdote, el himno compuesto por Händel en 1727 para la coronación de Jorge II. No hay otra composición que se identifique más con la majestuosidad atribuida a la realeza. Modernidad. La duración y cifras de participantes fueron menores de las que tuvo su madre, Isabel II, en 1953.

La Operación Orbe Dorado, el dispositivo preparado por el Gobierno, la casa real, la BBC y las principales instituciones británicas fueron un empeño que tuvo éxito al demostrar al resto del mundo que el Reino Unido sigue siendo un actor a tener en cuenta, y que la monarquía forma parte integral de su esencia.

La lluvia no ha faltado en ninguna de las últimas 4 coronaciones. Y no faltó este sábado en Londres, donde miles de ciudadanos esperaron pacientemente durante horas para ver unos segundos la carroza que trasladó desde el palacio de Buckingham a la Abadía de Westminster al rey Carlos y a la reina consorte Camila, para poder decir, en el futuro: “Yo estuve allí”.

Hubo más militares —6,000— que los que desfilaron para el funeral de Winston Churchill en 1965; y 23,000 policías desplegados por la capital británica, además de drones, cámara de vigilancia, tecnología de reconocimiento facial, rastreo en los días previos por parte del MI5 —el servicio de inteligencia para la seguridad interior— de aquellos individuos sospechosos de provocar disturbios.

A primeras horas de la mañana, la Policía Metropolitana de Londres llevaba a cabo media docena de arrestos y entre los detenidos está Graham Smith, fundador y director de la organización Republic, quien durante meses preparó protestas en la calle para alterar la ceremonia, bajo el lema “not my king” (no es mi rey). Había unos 2,000 de sus seguidores bajo la estatua de Carlos I (el rey decapitado en 1649 por traicionar al Parlamento), en Trafalgar Square, por donde debía pasar la carroza real.

El Gobierno de Rishi Sunak había logrado aprobar esta semana una sospechosa nueva legislación para endurecer la respuesta policial ante las protestas, después de 1 año de disturbios callejeros por parte de grupos como Just Stop Oil. No dudó en aplicarla con rigor. La policía acusaba a los arrestados de manejar sirgas y correajes que podrían utilizar más tarde para atarse al mobiliario urbano y alterar el orden.

La mayoría de los 2,200 invitados a la Abadía habían entrado al templo horas antes de la ceremonia, a las 11 de la mañana. Casi la mitad de ellos —médicos, enfermeros, voluntarios, trabajadores sociales…— formaban parte de un Reino Unido diverso que Carlos III quiso representar en su coronación.

A diferencia de su madre, el nuevo monarca incorporó al evento a representantes de otras naciones y de otras realezas, como el presidente de Francia, Emmanuel Macron y su esposa Brigitte; la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel; la primera dama de Estados Unidos, Jill Biden; o los reyes de España, Felipe VI y Letizia.

Hubo abucheos cuando el príncipe Andrés de Inglaterra ―condenado al ostracismo social por su relación con el millonario pedófilo estadunidense Jeffrey Epstein―, salió del palacio de Buckingham rumbo a la abadía en un vehículo oficial.

El príncipe Enrique llegaba solo —Meghan Markle se quedó en Estados Unidos, con la excusa de que su hijo Archie cumplía este sábado 4 años—, y entró al recinto religioso de modo discreto a ocupar su asiento en tercera fila. Al otro extremo, su tío Andrés. Un par de filas más adelante se sentaban el heredero al trono, Guillermo, príncipe de Gales, y su esposa Catalina, ataviados con túnicas formales.

Guillermo, como hizo 70 años atrás su abuelo Felipe de Edimburgo ante Isabel II, se arrodilló ante su padre para jurarle lealtad con su propia vida y le dio un beso en la mejilla.

RITOS Y SIMBOLOS DEL PODER

Se observaron la corona de San Eduardo y la corona imperial; orbes, cetros y espadas; un trono construido siglos atrás con el único propósito de dejar claro el dominio de Inglaterra sobre Escocia; una piedra del destino sobre la que Carlos III, como su madre antes, hizo llevar desde Edimburgo hasta Londres para poder encajarla en el hueco dispuesto bajo la silla de Eduardo. J juramentos, liturgia, declaraciones de lealtad a las leyes del reino y a la Iglesia anglicana, de la que el monarca es supremo gobernador.

“Yo, Carlos, profeso y declaro solemne y sinceramente en presencia de Dios que soy un fiel protestante y que, de acuerdo con las leyes que asegura una sucesión protestante al trono, defenderé y mantendré esas leyes”, juró el rey con la mano en la Biblia.

Hasta ahí llegaba el límite del compromiso de Carlos III por integrar las diversas creencias religiosas que conviven en el Reino Unido.

Representantes del islamismo, hinduismo y judaísmo estuvieron presentes en la abadía y el rey tuvo unas palabras con ellos una vez coronado, cuando salía del templo a la procesión de la coronación.

EL TRIUNFO DE CAMILA

Pocos británicos hubieran imaginado, hace apenas 20 años, que la mujer más odiada en el Reino Unido, la que se interpuso en aquel malogrado cuento de hadas que fue el matrimonio de Carlos de Inglaterra y Diana Spencer, acabaría recibiendo en su cabeza, ante el altar de la abadía, la misma corona que la reina María, la esposa de Jorge V, utilizó para su coronación.

A pocos se les escapó la mirada de complicidad compartida en ese momento por la pareja que protagonizó la historia más interesante de resurrección y triunfo del Reino Unido de las últimas décadas. Fueron testigos del momento personajes populares de las artes y el espectáculo, invitados, como los cantantes Nick Cave y Katy Perry, o el actor Stephen Fry, una bofetada poco disimulada a los tabloides que durante años hicieron escarnio populista del romance.

El primer ministro encargado de leer durante la ceremonia un pasaje del Nuevo Testamento, fue Rishi Sunak, un hombre de ascendencia india y religión hindú, y no Boris Johnson, el Churchill que enfrentó entre sí a los británicos.

Los contrarios a la monarquía seguían en Trafalgar Square, bajo la lluvia, cuando la carroza dorada transportando a los reyes coronados salió de la abadía para devolverlos al palacio de Buckingham.

Las cámaras de la BBC no mostraron imágenes de la protesta y su hueco en esta historia lo registraron miles de teléfonos móviles, pero no en los archivos de la corporación pública, cuya misión, entre otras, es la de preservar la institucionalidad del Reino Unido.

MIRAN DESDE EL BALCÓN

Miles de personas inundaron The Mall, la avenida que une Trafalgar Square con Buckingham, a modo de gran alfombra roja, para dirigirse a la gran plaza frente al palacio.

El momento icónico como es el saludo de la familia real desde el balcón llegó. Los reyes salían a saludar y ambos llevaban su corona. Poco después se sumaban los príncipes de Gales, Guillermo y Catalina, y los hermanos de Carlos, Eduardo y Ana.

En esta ocasión el cambio ha sido espectacular. En el centro ya no estaba aquella mujer con la que compartieron décadas en las que llegaron a pensar que siempre estaría allí —la reina Isabel II—, sino Carlos III y Camila, la pareja real más inesperada para el Reino Unido del siglo XXI.